ValorDeLasPalabras Maduez

La palabra madurez o maduro/a viene del latín maturus, que significa “lo que ha alcanzado el desarrollo esperado”. A su vez se vincula con la raíz indoeuropea *ma-1, que significa “bueno” o “en su momento oportuno”.

Si este concepto lo trasladamos al ser humano, diremos que su cuerpo alcanza la madurez cuando ha llegado a su completo desarrollo. Por fortuna, este sigue un plan natural independientemente de lo que podamos desear cada uno de nosotros. Sin embargo, hay otros “desarrollos” que son internos, como el psicológico y el mental. Ellos necesitan un correcto crecimiento para alcanzar la madurez.

 

Antiguamente las canas eran símbolo de persona madura y sabia, refiriéndose al desarrollo esperado por un cultivo individual esmerado. Hoy solo cultivamos el cuerpo y el tener canas es sinónimo de vejez y, en consecuencia, es un estado al que no se quiere llegar, precisamente por una falta de desarrollo interior. Este crecer por dentro nos permitirá madurar como personas y realizarnos como lo que somos: seres humanos.

Hoy nos encontramos con muchos cuerpos físicos maduros, pero ciertamente inmaduros psicológica y mentalmente porque no han sido debidamente alimentados, no pudiendo, por tanto, alcanzar lo mejor de sí mismos.

Interiormente somos frágiles, incompletos: qué será de mí, para qué se vive, quién soy, quién inventó la vida y sus leyes, por qué tengo que vivir... Así que es comprensible que en algunos momentos de nuestra vida nos sintamos desubicados con respecto a ese gran Plan Evolutivo que hemos podido intuir, y que nos consolemos aferrándonos a una pobreza existencial que llamamos juventud, tan escurridiza como breve. Pero con esto solo conseguiremos tener más miedo: vivir con más miedo de lo que sería razonable.

La indigencia de nuestro mundo interior se debe básicamente a una ausencia de verdadera educación. Esta es la que nos permite recibir el alimento indispensable para lograr esa “madurez” inherente al auténtico ser humano. Lamentablemente se confunde formación con educación, de manera que nos formamos como médicos, arquitectos, informáticos, peluqueros y tantas otras profesiones, pero sin haber madurado como personas.

Rescatemos, en fin, el valor de la educación por su fundamento ético. Si lo logramos, disfrutaremos de una sana madurez que nos permitirá comprender cuál es el sentido real de la vida y, al mismo tiempo, ser dueños de nuestro destino.

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