viento patagonico

Las Musicales Creaciones del Viento Patagónico

El mito, hoy desnudo, boquea y murmura sólo al oído del que se acerca. En él, late una realidad cercenada por la razón. En él, subyace una verdad oculta por el racionalismo totalitario que acepta, como único, lo comprobable por los sentidos sometidos a un principio estructurador, principio que huye del poderoso misterio, sobre las piernas enclenques de la ciencia moderna.

Ahora, Temakel va a la busca de un modo de ser y de estar sensible en la tierra. Va allá, al lugar del intercambio físico y espiritual que los pueblos del sur realizaban con la Naturaleza: hacia el trueque inicial.

Escuchemos, entonces, las entonaciones que despliega el viento...

En las tierras del sur americano, donde la realidad es mito y leyenda de antigua estirpe, los más viejos entre los viejos afirman que el padre-creador de la música es el viento. No les faltan razones, porque es cierto que allá, curruf (viento) sopla sus flautas en los pajonales; se vuelve trompeta en los remolinos; redobla como timbal entre las piedras y el agua; y es manso violín en los cañadones protegidos.

Posiblemente haya sido el viento el maestro de la música para las culturas australes, el que les legó su manera de hacerla. Quizás, del mítico Elëngasen (1), su progenitor y señor, auténtico autor de los curruf-taieles (2).

Dicen que en la lengua araucana no existe una palabra para designar la música, pues no hace falta. Los instrumentos musicales hablan por sí mismos, con su presencia en el pueblo e importancia en la cultura. ¿Cómo negarlo cuando suenan el quinquercahue (3) o la pifilca (4)? Y cuando todavía no había ritmos indígenas ni instrumentos, el viento-músico existía, anotaba en la tierra sus primeras partituras y brindaba notas a sus legendarios taieles.

Entre todos los instrumentos musicales Nguenechén, el Dios supremo de los mapuches (padre de las razas aborígenes), eligió el cultrún (5) y lo puso en manos de la machi (6). Desde entonces es sagrado. Su vientre resonador tiene el perfume y las voces misteriosas de las maderas con que se lo talla: el foye (canelo), el triwe (laurel), el ciprés o el raulí. Para que no se escapen esas voces, los artesanos ajustan con fuerza, sobre la boca redonda, el parche de cuero pelado.

El cultrún, desde sus antepasados, es el instrumento chamánico por excelencia, lo mismo que el tambor divino para los magos hindúes y tibetanos. Por eso, el rito acompaña su nacimiento como instrumento compañero e inspirador del trance místico. Quienes lo han visto dicen que, antes de tensar la membrana del cultrún, la machi introduce su canto y, con él, parte de su pullú o alma. Entonces, lo carga con las propiedades mágicas o curativas al colocar, por la abertura a punto de cerrarse, piedritas de colores, plumas, pelo de animales o hierbas medicinales.

Los mapuches aseguran que cuando la meica (7) hechicera toma el cultrún, tiene el mundo en su mano. Y así debe ser, no solo por su forma semiesférica, sino también porque los dibujos que lo ornamentan, con sus sagrados azules, amarillos y blancos, con su cruz abarcadora y extrañas figuras representan, posiblemente, el orden y equilibrio entre el cosmos y sus criaturas.

Con el cultrún junto a su pecho, la mediadora sagrada está a la altura de su dios, y con el palo percutor de cabeza de rellmú (arco iris), puede invocarlo y obtener la gracia o petición. Con él, hace sus rogativas y vuela al más allá. Con él, acompaña los taieles y danzas en torno al rehue o altar sagrado, y con él, también, se instala el camaruco (rogativa del pueblo mapuche) y bate sin cesar, como antes, como siempre.

Allá, en el cerro sagrado de Yanquenao (8), hay un cultrún de piedra. El misterio envuelve su presencia fósil. ¿Cuánto hace que su cuerpo es mineral? ¿Lo petrificó el Gualicho, celoso por el poder de la machi? ¿Algún espíritu envidioso aprisionó así su alma de música? Innumerables lluvias y soles largos han caído desde entonces sobre el cultrún de piedra sin borrar sus curiosos petroglifos. Tal vez Elëngasen, cuando sopla, esté contando historias de la Creación.

Al cultrún sagrado lo acompaña en los nguillatunes (rogativas), la sagrada pifïlca. Cuenta la leyenda que los valientes mapuches, al son de la pifïlca, pudieron rechazar a los poderosos incas conquistadores. Pero luego perdieron la pifïlca mágica y aún continúan buscándola. Por eso la reproducen en madera o hueso y con sus timbres agudos parece como si la llamaran en las rogativas. Especialmente cuando el munday (9) las bendice con su agua de trigos maduros. ¿Volverán a ser fuertes e invencibles cuando la encuentren?

En las rogativas rituales los mapuches acompañan los sonidos sagrados del cultrún y la pifïlca con los tonos graves de la trutruca (10), hermana del erque (11) norteño, que buscó el sur de la leyenda promisoria para vivir por sí mismo, y tanto se aquerenció que no falta jamás en el corazón de los nguillatunes.

Un buen pillantún u orquesta sagrada se completa con otros dos nobles instrumentos, como el cull cull (12), y la wada (13). El primero es el cuerno, pariente del erquencho y que antiguamente sonaba su grave alarma, en caso de algún peligro para la tribu. La wada, en cambio, es la rítmica sonaja aborigen.

Los músicos mapuches han recibido de sus hermanos americanos la inspiración e impulso para adaptar y trasplantar sus formas instrumentales. Por eso, hacen música con el koolo, análogo del violín tehuelche. El ñolquín (14), hermano menor de la trutruca, el quinquercahue o gran violín araucano hecho con costillas de yeguarizo, el piloiloi (15), que imita en madera o piedra la mítica flauta de Pan, el trompe (16), con su diminuto cuerpo de hierro con forma de lira y las cascavillas, sonajero de pezuñas de hemul.

Los aborígenes de los confines patagónicos guardan viva memoria de los orígenes sagrados de la música. Han representado, durante siglos, mitos y tabúes en relación con la ejecución de los instrumentos musicales: no pueden tocarse indistintamente o en cualquier ocasión y hasta hay claras jerarquías, por orden social, sexo o edad, para la ejecución de algunos. De este modo, la machi batirá el parche del pequeño tambor llamado pichicultrún, y las pifilcas estarán a cargo, únicamente, de acólitos masculinos. El transgresor que no respete las normas puede sufrir lo que las indiecitas desobedientes, que, ignorando la prohibición que impide a los más jóvenes soplar el trompe de coloridos pompones, se lo llevaron a la montaña y lo tocaron, despreocupadamente, bajo las barbas mismas de Futa chao (17), el padre grande. El castigo divino no se hizo esperar y dicen que un espíritu maligno las transformó en estatuas de piedra, las que para memoria de sus hermanos están allí todavía, quietas y fosilizadas en el volcán Epuilche o dos niñas.

Supongamos ahora, por un momento, que el pillantún está completo y muestra su variedad de sonidos y matices orquestales. Los ejecutantes están listos y ensayan. Sin embargo, aún falta el instrumento entre los instrumentos: la voz humana, el don con el que el hombre se lanza a la vida en su primer llanto sonoro. En realidad, los instrumentos musicales, para los aborígenes, no son más que el complemento y realce de su canto.

Los pueblos del sur cantan sus taieles sagrados para invocar a sus dioses en las rogativas, o como invocación de su origen en las canciones del linaje. Pero también cantan a la vida en el ülcatúm (18) profano en los romanceros improvisados o en los que guardan en la memoria para preservar lo que fue patria, historia, amor, magia o costumbres, para que no mueran con el tiempo y el olvido entre sus hermanos dispersos.

La música es algo que las culturas de la Patagonia aprendieron de currúf. Elëngasen les enseñó a celebrar el gozo, el ruego o el dolor de vivir con y entre sonidos humanos e instrumentales. Mientras canten, no estarán ni sentirán soledad; mientras repitan las viejas melodías, el hilo sagrado de la raza mantendrá unidas a las generaciones, y mientras hagan música, no habrá ocaso para los hombres.

Esto fue lo que nos contó el viento, en uno de sus curruf-tailes. (*)

 (*) Fuente: Reelaboración de Andrés Manrique, sobre un texto extraído del libro Misterios y leyendas de la Patagonia, de Gloria I. Arrigoni, Susana de los Ángeles Medrano, Víctor Hugo Covaro y Raúl Armando Rodríguez.

Ilustraciones (de arriba hacia abajo): 1: Imagen de un Cultrun, instrumento sagrado mapuche; 2: una pifilca; 3: imagen de una trutruca. 


CITAS:

(1) Ente mitológico de los tehuelches meridionales. Gigante con caparazón de gliptodonte. Autor de las pinturas rupestres y del viento de la Patagonia.

(2) Taiel, Tayil o Tayül: canto sagrado. Curruf: viento.

(3) Arco musical mapuche.

(4) Pequeño silbato. Instrumento ritual usado en las ceremonias.

(5) Tambor sagrado de la machi.

(6) Curandero/a pitonisa, oficiante de las rogativas, intermediario entre los hombres y los seres sobrenaturales.

(7) Deformación de la palabra médica.

(8) Nombre de un cerro con petroglifos, ubicado en las cercanías de Sarmiento, localidad del centro sur de la provincia del Chubut.

(9) Bebida sagrada del pueblo mapuche.

(10) Instrumento musical sagrado de los mapuches, muy parecido al Erque.

(11) Instrumento musical compuesto por una larga caña con canal de insuflación, terminada en un pabellón de asta vacuna que produce un sonido grave. Originaria del Imperio incaico.

 (12) Instrumento musical construido con un cuerno vacuno como pabellón, muy similar al erquencho.

(13) Wada, Huada u Guazá: Sonaja hecha con variados elementos, siendo la más común la construida con una calabaza.

(14) Instrumento musical parecido a una pequeña corneta, hecho con una vara de cicuta.

(15) Especie de siringa araucana.

(16) Instrumento musical también llamado birimbao. En Europa se conoce como guimarda o violín de boca.

(17) Una de las formas de nombrar al Dios supremo de los mapuches.

(18) Ulcatún o úlcamtün: canto sagrado o profano.

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