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Fallo del concurso y entrega de premios "Cartas a la Humanidad"

Fallo del concurso y entrega de premios
Cuándo:
Jueves, 22 Nov, 19:30 h - 20:30 h

El fallo del concurso estuvo a cargo de un Jurado compuesto por:

Leticia Darriba Díez, responsable de la Biblioteca Pío Baroja, fundadora del club de lectura "El libro soñador", escritora desde la infancia y ha publicado un libro de poemas "El alma de las sirenas".

Vicente Penalva Mora, coordina las actividades de club de lectura, foro literario y taller de escritura de El Libro Durmiente, entidad de la que es co-fundador en 2003. Doctor en Historia comparada, política y social y Graduado en Relaciones Laborales, es miembro y colaborador del Instituto Hermes de Antropología y de la revista cultural Esfinge.

Agurtzane Estrada, licenciada en ciencias de la información y es editora en Agalir Ediciones Solidarias.

Cartas premiadas:

1º Premio: "Nuestra historia"

Nunca te había hablado de una persona que conocí años atrás.

Ella era una mujer delgada y diminuta con una sonrisa amable dibujada en su rostro. Las circunstancias en las que se encontró desde la infancia auguraban una vida un tanto desdichada e inútil. Pero algo en su interior se rebeló contra esta “anécdota”, como ella la llamaba. Desde que fue consciente de “eso” la lucha se fraguo.

Su Ser que venía del pasado remoto, -porque era así como lo sentía-, no se quería dejar arrebatar por una corriente que no era suya y que trataba de sentenciarla. Todas las mañanas se levantaba, salía al balcón de su casa: sol...; nubes y sol...: nubes solo... ¡que importaba! Aspiraba el aire y buscaba en sus, a veces enmarañados pensamientos, una idea que le haría soñar con la mujer que desde niña aparecía dibujada en su horizonte. Y bajo esta idea, aquel día sus dedos y su cuerpo se movían. Llevaba muchos años ensayando esta acción y lejos de convertirse en rutina la calificó de apasionante aventura.

Su ceguera hubo un tiempo que supuso una amenaza seria, es verdad, pero le había servido para orientarse... en otro sentido. Había soportado las risas o el desprecio de las gentes de su pueblo y ante ello, había encontrado la fortaleza para no dejarse derrotar.

Quería vivir, sí, pero no de cualquier manera. Descubrió que la música era su aliada en esta batalla y las notas, sus fieles amigas, la mostraban mundos que quizás no hubiera podido conocer de otra manera. Este manantial ingrávido lavó para siempre su alma. Después sus manos se dejaron guiar para transmitir la alegría vital que bullía en su corazón y que resultaba ser contagiosa. Su pulso con el dolor, cual llama sin aceite, se fue consumiendo. La puerta de su casa permaneció abierta y dentro el fuego crepitante en la chimenea hacía que su hogar fuera un imán. Acudían muchos padres que necesitaban reeducar a sus hijos. Los míos también lo hicieron. Y ella, con amorosa paciencia, nos conducía sabiamente para que descubriéramos la parte más noble que todo ser humano tiene.

Muchas veces te he escuchado pedir justicia, integridad y si no lo encuentras te quejas, te desanimas o entras en depresión. Por eso hoy quería contarte esta historia, esta que es mi historia pero que sobre todo pertenece a la humanidad.

Muchos como ella, anónimos o no, han dejado sus huellas permanentes y luminosas para guiarnos. Ellos dejaron de pedir y comenzaron a SER.

Hoy me preguntaba: y tú ¿quieres ser arena o dejar Huella?

 

2º Premio: "Dignidad"

Escucho la lluvia, golpeando los cristales de la ventana de mi habitación. Hace frío, y el mundo duerme, a excepción de mí, que escribo en la madrugada sentado hacia el escritorio y rodeado de silencio, contemplo la pared con líneas blancas y grises que tengo delante, y la mente comienza vagar sin rumbo, como un vagabundo sin hogar.

¿Qué es dignidad? ¿Qué es ser digno? ¿Lo seré yo? Y ¿De dónde procederá la palabra? ¿Tal vez del griego, del latín? Enseguida pienso en escritores, filósofos y poetas, tratando de definir conceptos como este, y ahondando en preguntas universales como que es el amor, la verdad o la belleza. ¿Cuántos habrán llegado a pegarse un tiro al no encontrar la respuesta? ¿O a encontrarla pero no llevar sus bonitas conclusiones al terreno de la vida ordinaria?

Muchos otros tienen más suerte y acaban en compañía del juego y la bebida o desesperados. Tal vez, de vez en cuando, algunos se encuentran con una persona despierta que irradia lucidez y como si de una estrella fugaz que se tratara, de pronto nos hicieron comprender por un momento aquello que necesitábamos saber sobre la vida y la existencia. En la mayoría de los casos uno se encuentra con personas que han eliminado estas preguntas de sus vidas. Ahora se dedican a comer hamburguesas y a comprar lo que Media Markt o El Corte Inglés dicen que hay que comprar, mientras van lentamente precipitándose al abismo. ¿Y tú qué piensas? le pregunto, curioso a una figurilla de Buda que hay en mi cuarto. Me dice que mire en mi interior. Suelo preguntarle cosas, y de vez en cuando me responde, otras no.

La verdad es que no tengo mucha idea de lo que es la dignidad, y tampoco sabría definir con exactitud su significado, aunque dicha palabra inspire y sirva como refugio desamparado, y como templo al que lleva consigo. Conservar un poco de ésta y compartirla con los demás hace que la existencia en este confuso mundo sea más soportable, y cuando no se tiene, la vida parece no tener mucho sentido. Quizás ese fuera el mensaje de Jesús o Lao Tsé. Qué no nos rayaremos tanto el cráneo con estupideces, y qué tuviéramos algo de dignidad, que nos quisiéramos un poco y qué no acumulásemos demasiadas cosas que realmente no necesitamos.

Pero como suceder con las enseñanzas más simples y sencillas, no las hemos entendido, y: a estas personas que sólo trataron de ayudarnos las tratamos como dioses o diablos. Es la historia es siempre, y todo porque no hemos entendido.

Veo la dignidad como un bonito pajarillo azul encerrado en una jaula, y que le apetece salir. El pequeño pajarillo canta y se mueve. Es simpático y adorable, pero le decimos que calle, que no llame demasiado la atención. Es entonces cuando el odio y la fealdad se manifiestan en el mundo, la realidad se distorsiona y aparecen las barreras en las personas y en sus mentes. El panorama y se oyen los tambores, suenan las trompetas del comienzo de la batalla. Se presenta Khrisna frente a nosotros y nos pega con un garrote para que espabilemos.

Miro de nuevo la figurilla de Buda, en la cual se puede apreciar una sonrisa.

Me levanto de la silla y me acerco a la ventana para ver el paisaje. Silencio. Otra vez el infinito silencio llegando de todas partes y penetrándome. La civilización parece no existir. Ojalá pudiera ir a todos los rincones del mundo y compartir ese silencio como medicina.

El remedio del silencio lo llamaría y lo repartiría como caramelos. Así la gente no tomaría antidepresivos, ni habría suicidas, ni tanto chalado suelto. Me forraría seguro y las farmacéuticas caerían.

Mataría varios pájaros de un tiro y en medio de todo el jaleo, seguro que encontraría alguna persona coherente que me ayudara con mis dudas existenciales, y me explicara en qué consiste la dignidad.

Ahora poniéndome serio con el tema, creo que tal cosa como la dignidad, no puede reducirse a una simple definición de diccionario o a un concepto mental. No, tenemos que quitarnos esa costumbre los occidentales de querer etiquetarlo todo. Lo mejor que podemos hacer para comprender esta cualidad es tratar de comportarnos como los humanos que somos, sin fingimientos ni añadiduras innecesarias. No es necesario fingir más. Todos somos defectuosos, y reconocer nuestra miseria nos ayudará a liberarnos de ella.

¡Ahí va una enseñanza simple! ¿No estás de acuerdo, Buda? Le pregunto de nuevo. Se ríe y abre los ojos.

Me dice que mire en mi interior.

 

3º Premio: "Digna de humanidad"

Es un frío y oscuro día de otoño del año 3172. Hoy hace catorce años que he nacido y aún se me sigue recordando la familia impresionante de la cual desciendo y que no conozco en su mayor parte, pero en la que todos esperan que yo destaque. Todos quieren, al verme, que, de un momento a otro, se me ocurra la genialidad de sobresalir y ser alguien en el mundo, descubrir no sé qué cosa que arranque un «¡guau!» de sus gargantas y les haga pensar: «¡Es un ser humano!» y solicitar el carnet que así lo legitime.

¡No sé a quién se le ocurrió la genial idea de decidir cuándo se es humano! Ya sé que se le ocurrió a la Comitiva de Esperanza para el Cuidado de la Humanidad, que sustituyó este título por la mayoría de edad, hace mil noventa y tres años, por culpa de un egoísmo desintegrador que rompía no solo países sino familias y hasta a seres humanos.

¿Es que acaso nací como animal, que no tengo capacidad de sentir lo más luminoso de un mundo sin violencia o lo más perverso de sus inconvenientes? Tengo capacidad para reflexionar y para hablar con sentido común, pero se me niega la categoría de humana hasta que no demuestre con mis actos que así lo soy.

Estoy mal, no sé qué puedo hacer, muchos de mis compañeros ya lo han conseguido. Ya son las seis y ocho minutos del día 3 de noviembre; tengo unas ganas terribles de que no amanezca, de no encontrar miradas de lástima o de vergüenza. Pero habrá que levantarse y salir de la habitación como todos los días. Tú, con la mirada bien alta, Lucía, aprieta culo y estómago y ¡a lo tuyo! ¿Aún hay que demostrar quién eres? Tú ya lo sabes, alma de cast...

Lucía dejó de escribir en su diario. Un fuerte ruido en la calle la hizo saltar de su cama y mirar por la ventana. Un gran árbol había salido de la nada y se veía atravesado en la calle junto a dos personas que discutían. De pronto se dio cuenta de que no podía moverse, de que todo, incluso ella, estaba inmóvil, todo excepto esas dos extrañas personas que seguían discutiendo. Por la fuerza del impulso salió despedida de costado para caer sobre el suelo de madera de su cuarto. Se levantó de inmediato, miró por la ventana: árbol y desconocidos habían desaparecido. Miró su cama, dudó de si había sido un sueño, pero con la psique aún impresionada vio su diario, lo cogió y supo de inmediato que había sido real.

Otra vez el estruendo, pero esta vez, aunque no podía moverse, podía oír a los dos extraños:

–No voy a dejar que lo tales –decía una voz madura y masculina.

–Me podrás llevar las veces quieras al pasado y aún así lo haré –dijo otra más joven.

–Esta vez te llevaré al futuro.

Ya podía moverse y, lo más rápido que pudo, corrió a la ventana. No había nadie. La abrió y se quedó junto a ella un buen rato, pero no pasaba nada. Comprendió que ya no volverían, tenía un terrible presentimiento.

Se vistió a toda prisa y salió veloz de su casa. Corrió calle abajo para tomar la segunda a la derecha en dirección al Parque de los Tres Mil Años. Allí estaban los dos hombres en el lateral oriental del parque: uno que llevaba una sierra-láser de talar y que parecía desorientado, y el otro, mirando a Lucía, a la que hacía señas para que se acercase.

Lucía se ocultó tras un hermoso ciprés; estaba asustada, atónita. En su cabeza resonaba una y otra vez: «No puede ser, no puede ser». El árbol que representaba su identidad, su fuerza y su destino estaba en peligro. Oyó que la llamaban por su nombre, dudó por un momento, pero algo mucho más grande requería de su valor. Salió haciendo frente a los desconocidos.

–Soy Alma de Castaño. Mis padres, mis abuelos y todos mis antepasados eligieron este árbol por sus increíbles características: tiene sentimiento de eternidad por su longevidad, de grandeza por su gran estatura, de fuerza por su robusto tronco, y de rechazo con valentía de todo lo que puede dañar a lo más hermoso y bueno que cada ser contiene en su interior. Si talas este castaño, talarás mi vida –dijo mientras se acercaba decidida y miraba directamente a los ojos de su agresor.

–Y tú, ¿quién eres? –le contestó intimidante.

–Es la última hija de nuestro linaje, si ahora talas este castaño –dijo el mayor–. Da igual cuándo quieras talarlo, siempre habrá a quien perjudicar y tú serás uno de ellos.

–Mi linaje no es de sangre. Desciendo del Gran Castaño, cada una de sus hojas representa un miembro de la familia Humanidad, y cada rama, una consciente responsabilidad de sostener y educar la Vida. En él la generosidad asciende desde la raíz hasta su copa. Su entrega al mundo se ve reflejada en su fruto nutritivo, que aunque es guardado con afiladas púas, se abre libremente para todo aquel que lo necesite. Así somos los decididos individuos de esta familia llamada universo.

La sierra-láser de talar se desprendió de la mano del desconocido y cayó al suelo. Su corazón había comprendido una realidad. Así fue cómo ella demostró su humanidad, aunque solo el pasado fue su unico testigo, o quién sabe si alguien más lo fue.


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