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Podríamos hablar de una vieja historia de amor entre hombre y Naturaleza, en la que ha habido de todo, experiencias de todo tipo, como en la relación entre los seres humanos, que unas veces va muy bien y otras, no tanto.

Y así, no tan bien, es como estamos en la actualidad. Se plantean una gran cantidad de problemas, llamados ecológicos, que según los expertos pueden agruparse en cuatro grupos:
1) La contaminación de la tierra, el agua y el aire. Destrucción de la capa de ozono y emisión de CFC (clorofluorocarbonos).

Emisión de CO2, que aumenta cada día por el incremento de vehículos de motor, la industria e, incluso, las economías domésticas. Efecto invernadero, calentamiento del planeta y cambio climático. Lluvias ácidas. Herbicidas y pesticidas en los cultivos. Eliminación de los diferentes tipos de residuos producidos por el hombre, químicos, radiactivos o urbanos. Contaminación de los ríos, cuyo agua ya no es transparente, sino marrón oscura o negra. Contaminación de los mares, no solo con accidentes puntuales de barcos que dejan caer todo su cargamento, sino con acciones permanentes, pues toda la suciedad de los ríos llega al mar, y además, se utiliza el mar como vertedero de residuos tóxicos de todo tipo.
2) La destrucción de la diversidad biológica y las especies animales. Hay especies en vías de extinción, como las ballenas, el águila real, el lince, el oso panda y otras muchas. Además, todo el problema de maltrato a los animales, que son objeto de crueles experimentos de laboratorio o de una explotación salvaje en una granja en la que permanecen encerrados como simples máquinas de producción.
3) El agotamiento de los recursos naturales. La escasez de agua potable; según algunos estudios, hay 1.100 millones de personas que no tienen acceso a agua potable. El consumo desproporcionado de energías no renovables (petróleo, madera, etc.). La deforestación y desertización. Sobreexplotación pesquera. Cultivos intensivos por encima de la capacidad de recuperación de la tierra, etc.
4) La explosión demográfica. Es un hecho desconocido en la historia de la Humanidad el crecimiento de población tan desmesurado que se está produciendo en los últimos decenios. La Humanidad ha superado ya la cifra de 6.000 millones de habitantes y, según las previsiones de la ONU, para el año 2025 la población mundial podría duplicarse. Esta superpoblación ocasiona un enorme consumo de los recursos naturales, y hace que cada vez el hombre destruya más ecosistemas. Está claro que el Génesis ("Creced y multiplicaos y henchid la Tierra") ha sido interpretado desastrosamente.
Esta es la situación. Todos los años se reúnen los principales países del mundo, las famosas "cumbres". Pero parece que los intereses económicos son más fuertes que los ecológicos, y no se adoptan soluciones reales. Todos quisiéramos que esas soluciones llegasen, que se pusieran de acuerdo los Gobiernos, los partidos políticos, las instituciones oficiales... Mientras tanto, es preferible ver qué podemos hacer nosotros, cada uno de nosotros, y no seguir esperando.
Idea de Naturaleza a través de la Historia
Etimológicamente, Naturaleza viene de nacer y significaría natividad o nacimiento. Naturaleza es, por tanto, todo lo que existe, pues si existe es porque ha nacido.
Profundizando un poco en este sentido inicial, se llega a la idea de Naturaleza como principio engendrador o principio vital, es decir, aquello que hace nacer las cosas que existen. Hay un ser que engendra y un ser engendrado. El ser engendrado será, por tanto, de la misma naturaleza que el ser que lo engendró. Por ejemplo, un hijo tendrá una naturaleza semejante a la de su padre.
De esta idea de Naturaleza se llega a la idea del principio supremo de generación, en la que se distinguirá la Naturaleza creadora y la Naturaleza creada, o natura naturans y natura naturata, según la expresión utilizada por Averroes y, después, por otros pensadores, como Spinoza, Giordano Bruno o Schopenhauer. La natura naturata es la Creación, y la natura naturans, el Creador, o la potencia creadora. Esa Creación se relaciona con la llamada inmanencia de Dios, porque Dios se manifiesta a través de la Naturaleza; y la potencia creadora se relaciona con la transcendencia de Dios, pues Dios está también más allá de todo lo material o manifestado.
Con estas ideas, el hombre de la Antigüedad percibía lo divino a través del mundo natural. El hombre no podía llegar directamente a Dios, pero podía comprenderlo a través de la Naturaleza, pues está fundido con ella. La Naturaleza sirve, en cierto modo, de puente; es el "libro abierto", fuente de inspiración imprescindible para la Humanidad. Así es como, de una forma natural y lógica, la Naturaleza inspira respeto y veneración. Una veneración y respeto hoy desconocidos, pues se intenta salvar y proteger el planeta, pero solo para poder seguir disfrutando de él.
Con la llegada del cristianismo, la forma de ver la Naturaleza cambia: Se considerará a Dios sólo trascendente, y no inmanente. Dios se queda en el Cielo, y así se va a producir una escisión entre lo natural y lo divino, entre materia y espíritu. Peor aún, el mundo natural con sus instintos y fuerzas tenebrosas se considerará demoníaco, hasta el punto de que el conocimiento de la Naturaleza y de sus leyes fue también perseguido; aquellos que demostraban tener conocimientos naturales, al margen de los poderes eclesiásticos, eran considerados endemoniados y acababan en la hoguera, como fue el caso de Giordano Bruno, por ejemplo.
La relación del hombre con la Naturaleza quedó claramente separada de su relación con Dios, y esta última era la que importaba. Es muy significativo, por ejemplo, cómo en la teología cristiana el estado natural del hombre cuando nace se considera sucio, en pecado, y lo que hace el bautismo es hacer pasar al hombre del "estado de naturaleza" al "estado de gracia". También es significativo que entre los diez mandamientos no se incluya ni un solo aspecto ético con relación a la Tierra, las plantas o los animales. Además, las antiguas religiones se considerarán idólatras, o simplemente religiones naturales –entendiendo lo natural como degradado–, pero que no han tenido el privilegio de haber recibido una revelación directa del mensaje divino.
La consecuencia de todo esto es que el hombre medieval con mentalidad judeo-cristiana va a desacralizar la Naturaleza, lo cual, en cierto modo, supondrá una autorización para dominarla, utilizarla y explotarla a su antojo (esto es lo demoníaco, en realidad). El hombre se separa de la Naturaleza y queda rota una cierta hermandad misteriosa que hubo siempre entre el hombre y las demás criaturas. San Francisco de Asís será prácticamente la única excepción dentro del cristianismo.
Durante el Renacimiento de los siglos XV y XVI, el hombre se descubre de nuevo a sí mismo y a la Naturaleza. Por ello, resurgen el arte, la ciencia y los valores humanos. El concepto de hombre esgrimido por el cristianismo medieval se basaba en la idea de corrupción, y como única solución quedaba la gracia divina. En fuerte contraste con esta idea, los pensadores renacentistas, como Marcilio Ficcino, Giovanni Pico della Mirandola o Manetti, se explayarán sobre "la dignidad y excelencia de la condición humana". Según afirma Ficcino, es propósito del hombre dominar todos los elementos y todos los animales, y por tanto, es señor y regidor natural de la Naturaleza, aunque no para explotarla salvajemente en provecho propio. Llega a decir Ficcino que el hombre es el lugarteniente de Dios en la Tierra.
Después del Renacimiento, subsisten básicamente dos posiciones: una en la que el hombre se olvida de Dios, y otra, que viene de la Edad Media y atraviesa todo el Renacimiento, en la que perdura la idea cristiana del hombre separado de la Naturaleza. Finalmente, con la Revolución Industrial y el positivismo de los siglos XIX y XX, se impondrá una visión completamente materialista de la vida.
Así pues, la forma de entender la Naturaleza ha sido diferente a lo largo de la Historia, pero está claro que la visión materialista actual no es la más acertada.
Problema ecológico y filosófico
Hoy en día vivimos un exceso de especialización y, por ello, el problema ecológico nos desborda. Los expertos ya se han dado cuenta de esto, y son conscientes de que para afrontar el problema ambiental se necesitan especialistas en diferentes ciencias (biólogos, físicos, geólogos, etc.), es decir, hace falta un conocimiento global. De esto se deduce claramente que el problema ecológico es, precisamente, un problema filosófico, pues la filosofía entendida a la manera clásica es el amor al conocimiento concebido como una globalidad, no solo a una rama del saber. Y, además, es un problema filosófico porque el principal causante del deterioro ecológico es el ser humano, que, lo reconozca o no lo reconozca, es filósofo por naturaleza.
Nuestro lugar en la Naturaleza
Formamos parte de la Naturaleza, pero hemos perdido nuestro lugar en ella, el papel que nos corresponde como seres humanos. Si no encontramos nuestro papel, de nada sirve que tengamos buenos aparatos o una técnica muy desarrollada, pues con nuestras acciones seguiremos dañando a la Naturaleza.
Para descubrir ese lugar natural del hombre, tenemos que saber primero cuáles son sus características propias, las que le hacen un ser único y diferente de los demás seres. En nuestra constitución física hay elementos del reino mineral, pero no somos minerales; tenemos una vitalidad, una energía, que también tienen los vegetales, pero no somos un vegetal. Tenemos capacidad de movernos y de sentir emociones, pero no somos animales (contra lo que pretendía Linneo en el siglo XVIII). Hay algo que solo tenemos nosotros: la capacidad de actuar por impulsos mentales y espirituales. Somos el reino humano, el cuarto reino de la Naturaleza. Y esto significa que tenemos una serie de cualidades innatas que son netamente humanas, tales como la libertad, el sentido de justicia, el sentido de compromiso, la imaginación, la transmisión de ideas, el desarrollo del lenguaje, la percepción de lo trascendente, etc., que pueden canalizarse en tres grandes aspectos: la voluntad, el amor y la inteligencia. Por tanto, todo este conjunto de facultades es el que nos hace merecer el calificativo de humanos, y el que determinará el lugar natural del hombre en la Naturaleza.
El hombre natural
Por tanto, el hombre natural sería aquel que ocupase su lugar en todos los ecosistemas donde pueda vivir, pero cumpliendo su papel conforme a lo que es propio y específicamente humano. Un ser humano que se comporte como hombre natural (desarrollando todas sus facultades y disfrutando de ellas), no solo no ensucia la Naturaleza, sino que la enriquece. En primer lugar, porque necesita consumir menos para ser feliz y, además, porque, en realidad, él es un generador de recursos, para sí mismo y para los demás. Porque todo en la Naturaleza está generando recursos, y cuanto más sano, equilibrado y fuerte sea un ser, más recursos genera.
Cuando el hombre no desarrolla plenamente las cualidades propiamente humanas, no ocupa su lugar en la Naturaleza, y esa es la causa del desequilibrio ecológico. Es curioso que basura se define como materia que ocupa un lugar inadecuado. Por ejemplo, los grandes almacenes están llenos de envases, plásticos, latas, etc., pero no son basura hasta que llegan a un lugar inadecuado; la sal en el mar es beneficiosa, pero en un campo de regadío es nefasta.
Si un hombre dedica la mayor parte de los actos de su vida a cuidar su dieta o su vigor físico y descuida lo que es propiamente humano, no está ocupando el lugar que naturalmente le corresponde y, por tanto, está ensuciando la Naturaleza (es lo que ocurre hoy día). Por el contrario, en la medida en que cultivemos nuestra mente y nuestro espíritu y las cualidades que llamamos humanas, reduciremos el impacto negativo sobre el medio ambiente.
Soluciones
Es cierto que los intereses económicos están obstaculizando muchas soluciones, pero no por ello hay que considerar la economía como una ciencia negativa. Por ejemplo, la Naturaleza es económica, y aplica principios económicos con una eficacia probada durante millones de años. El problema es que esa ciencia económica se aplica mal. Hoy se habla ya del "desarrollo sostenible" porque está muy claro que es imposible continuar progresando indefinidamente, ya que cuanto más parece que se progresa, más destrozos se causan en el medio ambiente, con el consiguiente riesgo de colapso. Pero, de hecho, sigue dominando el capitalismo, el consumismo y la idea de progreso ilimitado.
No son despreciables las medidas que se vienen adoptando, en general, por las instituciones, como por ejemplo, todo lo que es reciclaje de papel, vidrio, plásticos, ahorro de agua potable; recomendación de transporte público, etc. Sin embargo, no son medidas suficientes, pues solo afectan al plano físico y material, y en pequeña medida, mientras que las causas del problema siguen sin atajarse, ya que todo sigue funcionando de la misma manera y, por lo tanto, siguen generándose los mismos problemas.
Tampoco son despreciables las iniciativas privadas, que suponen un compromiso activo, con riesgo de la propia vida en algunos casos. Pero tampoco son suficientes, pues no afrontan la verdadera causa del problema.
La clave de la solución está en el ser humano. La Naturaleza está contaminada porque el ser humano está contaminado, y mientras este no ocupe el lugar que le corresponde, no desaparecerá la contaminación en el planeta.
Para llegar a ser hombres naturales, descontaminados, es preciso cultivar las cualidades propiamente humanas (esto es en realidad la cultura) y, además, poner en práctica tres principios fundamentales:
1) Recuperar nuestro sentido innato de fraternidad, no solo con relación a los demás seres humanos, sino con relación a todos los seres de la Naturaleza. Ello implica la superación paulatina de los egoísmos particulares y la búsqueda del bien común.
2) Descubrir las enseñanzas de la Naturaleza, sus leyes y su equilibrio.
3) Desarrollar los poderes latentes, las fuerzas inexploradas que el ser humano tiene a su disposición, pues son una enorme fuente de energía espiritual aún no aprovechada.
En realidad, el problema del hombre actual es que está desorientado. Nos hemos perdido en el camino, y ahora tenemos que encontrar el rumbo de nuevo.