SagradoHumildad

Seguramente, la primera impresión al oír esta palabra no es muy buena; solemos asociar la humildad a un estado religioso de obediencia y sumisión, por lo cual es normal que nos provoque algo de rechazo querer elegir practicar esta virtud, porque asociamos obediencia y sumisión con pérdida de libertad e identidad. Esta es la tercera definición que el diccionario nos da para este concepto.

También solemos asociarlo a pobreza material: “Era una persona humilde”. Con ello decimos que era pobre, y también es normal, pues es la segunda definición que nos da el diccionario. Es una escasez material, un estado exterior o circunstancial de la persona y que nada tiene que ver con un estado interior.

La filosofía siempre ha proclamado el “Conócete a ti mismo” y, sorprendentemente, la humildad es un valor muy importante para lograrlo. Si volvemos al diccionario, encontramos que otra de sus definiciones, la más importante, dice: “Virtud que consiste en el conocimiento de las propias limitaciones y debilidades y en obrar de acuerdo con este conocimiento”. Esta es la definición que menos se aplica, aunque es la más importante de todas y es, justamente, la que más nos puede aportar.

Humildad viene del latín humilitas, de raíz humus: ‘tierra’, de donde deriva “postrar a uno por tierra”. Este postrarse por tierra, en un principio, era la muestra de la superioridad del mundo de lo sagrado, porque uno se postraba ante la imagen de aquello que veía como inviolable, lo superior, lo mejor, lo divino: el dios o la diosa. De esta manera se reconocía la propia posición terrenal inferior y falta de conquista de lo divino, frente a lo que se quería alcanzar como perfección.

Una vez caída la idea de lo sagrado como una vivencia natural y que pasa a ser impuesta por otro, es cuando la humildad se vuelve un postrarse en tierra frente a la superioridad por fuerza, porque el que se postraba sentía que lo hacía frente a uno como él, otro ser humano con sus debilidades y limitaciones, y sin deber moral, porque no trabajaba para superarse, y es entonces cuando lo vivimos como bajeza y sumisión. No hay ninguna idea detrás que lo ensalce o que lo haga ir hacia metas más grandes, espiritualmente hablando. Ya no hay modelos, ya no hay humildad.

Recuperemos la idea de lo sagrado como motor de superación individual; ello nos permitirá vivir la humildad como trabajo interior, un mundo sagrado que nos dignifica como humanos.

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