Cuántas veces hemos puesto como excusa, consciente o inconscientemente, cuando no queremos hacer algo, el sentirnos obligados: “es que me obligas...”, “no me siento obligada/o...”, siempre como algo externo que nos quiere someter a hacer algo que no queremos, pero ¿a que no sabías que la obligación parte de uno mismo?
La palabra obligación viene del latín obligatio y significa “cumplir con algo prometido o debido”. Sus componentes léxicos son: el prefijo ob- (enfrentamiento u oposición), ligare (atar), más el sufijo -ción (acción y efecto).
La obligación es el compromiso o ligadura que uno contrae por propia voluntad y al que debe responder; es el sentido del honor lo que le obliga a cumplir con su palabra, con sus principios, con su destino. Nadie puede sentirse obligado si no se ha comprometido o atado.
Una deuda es un compromiso que nos obliga a devolver lo adquirido; una promesa es un deber que nos obliga a cumplir con lo prometido; un contrato es una obligación de cumplir lo pactado; un juramento que hacemos es una obligación ineludible para nuestra propia conciencia, pues habla de la propia identidad humana que somos y que no podemos traicionar.
Debemos tener claro qué deudas adquirimos con diferentes empresas, en la convivencia y con nosotros mismos, porque ello nos da la libertad de elegir nuestros compromisos conscientemente y no vernos obligados a cumplir con situaciones que no queremos asumir. Así pues, la próxima vez que te sientas obligado u obligada, pregúntate si es una deuda adquirida por contrato, moralmente, de compromiso o de palabra. Si no es así, eres libre de no responder.