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¡Qué curioso! Si alguien nos dijera que somos una máscara, nos podríamos sentir ofendidos creyendo que nos trata de falsos, que mostramos algo que en realidad no responde a nuestra identidad. Pues si somos personas, somos máscaras. Más que serlo, las portamos. Todos ocultamos nuestra verdadera esencia tras una máscara de materia.

En la antigua Grecia y en la Roma clásica, los actores, en el teatro, portaban unas máscaras que les permitían amplificar la voz para hacerse escuchar, que se llamaban per sona, ‘para sonar’, lo que hace sonar (sona) «a través de» (per).

¿Cómo esta palabra derivó en sinónimo de ser humano? Hoy puede ser difícil de entender dada nuestra mentalidad materialista, pero antes de esta ideología propia de nuestro tiempo, se entendía que todos somos una esencia recubierta de materia (o con máscara), con la que nos revestimos para interpretar nuestro papel en el escenario de la vida, y que aquello que somos pueda hacerse escuchar, es decir, una herramienta con la cual manifestarnos en la existencia. Se dice que los ojos son el espejo del alma, pero esa alma se comunica con el mundo a través de su personalidad o personaje, el papel que interpreta en vida, mientras que aquello que sí somos permanece oculto y por ignorancia se identifica con su máscara; quizás por ello nos preguntamos quiénes somos, porque algo intuimos cuando observamos nuestra imagen o disfraz.

Así pues, hay que recordar que cuando se diga que somos personas, se está diciendo que somos una máscara y estaría bien que por ello nos ofendiéramos, porque no somos máscaras sino conciencias humanas que en esta vida interpretan, lo mejor que pueden, un guión temporal. ¿Con qué nos identificamos, con la esencia o con la persona?