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La telebasura es una forma de hacer televisión caracterizada por explotar el morbo, el sensacionalismo y el escándalo. Por eso la telebasura preocupa a sociólogos, psicólogos, educadores y a toda persona coherente que se da cuenta de que la televisión no educa, ni nos hace mejores, ni más comunicativos como seres humanos.

Tiempo atrás, tener un televisor en casa era signo de prosperidad, de estatus social; hoy es signo de vulgaridad. Podemos ir al hogar más pobre y encontrarnos un televisor de 50 pulgadas de pantalla plana. Hoy, el que no tiene televisor no es que sea pobre, es que es un bicho raro, al que además se lo ve como desvinculado y desinformado del mundo.

Y precisamente hoy los que menos ven televisión, según los últimos sondeos, son gente con poder adquisitivo alto y los cultos; y algunos ni siquiera la veían, como el filósofo y escritor Julián Marías, que decía que le encantaba la televisión, porque en cuanto en su casa la encendían él se iba a leer a otra habitación.

El televisor, como aparato, no fabrica la telebasura, es solo un instrumento. La televisión la hacen los seres humanos con un fin determinado. En sus inicios, tenía tres objetivos fundamentales, en este orden: educar, informar y, por último, divertir.

En España, a partir de 1989, con la llegada de los canales privados y algunas autonómicas, es decir, desde que se privatiza, se convierte en un negocio para ganar dinero, y es cuando surge de manera más acuciante el problema de la telebasura, porque hasta entonces solo teníamos dos canales, la primera de Televisión Española y La dos , ambas pertenecientes al Estado, que no es que siguieran al pie de la letra los tres principios, pero eran mejores porque no tenían competencia.

Es a partir de que surgen otros canales de televisión, que no son del Estado, cuando se origina la división de las cuotas de audiencia y, por lo tanto, la competencia entre ellas, pues cada canal quiere tener la máxima audiencia posible, porque cuantos más telespectadores, más contratos consiguen en publicidad, que son los que les van a dar, en definitiva, los beneficios; de ahí los interminables espacios publicitarios y las tiras de mensajes y anuncios durante los programas y películas.

¿Por qué surge la telebasura?

Surge porque la competencia no se elabora desde el principio de educar o informar. Eso supone para todos los canales un desembolso de mucho dinero que no quieren gastar en buenos guionistas, en actores de calidad, en escenarios o decorados adecuados y en directores que busquen reflejar estos principios sin la presión de tener o no audiencia. Es entonces cuando se empiezan a dejar de lado los principios de educar e informar, porque no son rentables, para volcarse de lleno en el principio de divertir, que hasta entonces no era lo importante.

Se invierten los valores, ya no se busca educar y tampoco informar realmente, lo único que se busca es entretener, y entretener de cualquier manera, porque lo único importante es la rentabilidad.

¿Por qué gusta la televisión?

Es muy sencillo, porque no requiere de ningún esfuerzo por nuestra parte, estamos en una actitud pasiva física y mentalmente, pues no tenemos que movernos y menos aún desde que existe el mando a distancia.

De los sentidos, solo usamos la visión y la audición, pero no al completo, ya que los ojos no se mueven ni tenemos que agudizar la mirada porque no hay perspectiva. Si entramos en una habitación, paseamos la mirada por ella para ver lo que hay, para lo cual tenemos que mover los ojos y agudizar la mirada, porque las cosas no están todas a la misma distancia de donde nos encontramos. El televisor, en cambio, sí está constantemente a la misma distancia del telespectador y siempre tenemos la imagen enfocada, porque si la imagen sale borrosa, por mucho que agudicemos la mirada no se pondrá nítida. Al estar siempre a la misma distancia, los ojos están fijos en una misma posición durante mucho tiempo, y eso no es bueno para ellos porque los hace vagos.

En cuanto a la mente, los pensamientos están casi inactivos, no hay tiempo para el razonamiento consciente ni para hacer asociaciones mentales, pues para ello se requiere un tiempo que la televisión no presta, porque las imágenes van muy rápidas. Hay estudios que demuestran que el estado de una persona viendo la televisión es de desatención, de somnolencia, semihipnótico, que se produce al medio minuto de estar viéndola, porque la intermitencia de las imágenes, que cambian muy rápido sin darnos tiempo a recrearlas, el ambiente en penumbra y la inactividad física del telespectador lo favorece. ¿Nunca os habéis fijado en personas que están viendo la televisión? La mayoría no se dan cuenta de que están con la boca abierta, como hipnotizados.

Pero lo peor es que en ese estado semihipnótico estamos siendo invadidos por miles de imágenes y sonidos que no procesamos conscientemente, con lo cual estamos en una actitud en la que podemos ser influenciados muy fácilmente por distintas tendencias, ya sean ideológicas o consumistas. Por eso las empresas gastan millones de euros al año en publicidad, porque la televisión es el mejor medio para vender sus productos.

Si bien la televisión no despierta o activa la mente o el cuerpo físico, sí activa nuestro mundo emocional.

¿Qué se activa en nosotros al ver la televisión?

Se activan determinadas emociones. Para entenderlo con mayor claridad, podemos hacer tres apartados del mundo emocional: sentimientos, pasiones e instintos.

Los sentimientos son lo más elevado de nuestro mundo emocional. Con ellos somos capaces de percibir las ideas de fraternidad, amor, amistad, generosidad, entrega inegoísta, heroicidad y muchas otras cualidades que nos hacen verdaderamente humanos y que requieren de un cultivo, de un educar la psiquis para llegar a la realización humana. A todo el mundo le parece normal que desde pequeños nos enseñen a manejar nuestro cuerpo físico. Sin embargo, poco es lo que se educa la psiquis, que es un conjunto de cosas que ni se ven ni se tocan, pero que es muy importante, porque ella va a determinar nuestra forma de vivir, nuestra forma de sentir la vida.

La televisión no despierta estos sentimientos ni los cultiva. Viéndola, uno no se vuelve héroe, ni más generoso, ni más fraternal, ni más humano. La televisión lo que activa y despierta son las pasiones y los instintos, que están bastante por debajo de los sentimientos.

Activa la sensiblería, el miedo, la desconfianza, la violencia, la promiscuidad, el sexo por el sexo, el egoísmo, el orgullo, la envidia, la vanidad, el morbo, el cotilleo, que no requieren de ningún esfuerzo porque salen solos, no necesitan ser procesados por la mente, no necesitan de un pensamiento activo y, por lo tanto, nos hacen seres con conciencia animal, es decir, irracionales, gente que se mueve por instintos, por impulsos y no por una mente razonable que dirige los propios actos.

Sin el uso de la razón estamos a merced de nuestro mundo emocional, y el poder que tiene la televisión, no el aparato sino quienes lo manipulan, es que sabe manejar muy bien ese mundo emocional bajo, sobre todo por los que diseñan la publicidad, que son unos expertos en estudiar las pasiones humanas para seducirlas.

También estos instintos o impulsos son muy conocidos y estudiados por las productoras que elaboran los programas. Por eso intentan impresionar en este tipo de emociones, sobre todo porque les sale muy barato y les da muchos beneficios, con telenovelas, programas de cotilleo, concursos excitantes, programas donde se busca gente desaparecida o amores perdidos, series para todas las edades, espacios donde se muestra el asesinato perfecto (instruyendo de paso a los posibles asesinos de lo que no o sí tienen que hacer) o programas a los que asiste gente común para contar sus desgracias, donde el presentador debe seguir un guión sin tener en cuenta los sufrimientos humanos y no puede tener escrúpulos. El que trabaja en televisión tiene que olvidar que trata con seres humanos, pues es mercancía a explotar y a manipular para sacar lo morboso de la cuestión.

Podría seguir mencionando muchos otros programas denominados telebasura que incitan a la violencia, al morbo, al miedo y a la degeneración humana, porque la mayor parte de los que se transmiten son espectáculos: la política, la educación, la religión, los sucesos, las noticias. Por ejemplo, las noticias tienen grados: un cadáver es una noticia interesante. Dependiendo de quién es o cómo ha sucedido está estudiado cuánto atrae a la audiencia; si es por asesinato, es más interesante que si es por accidente; y si la víctima ha sido un menor, la noticia es perfecta, porque se trata de tener al telespectador delante de la pantalla y sin cambiar de canal. Hay que atraer y retener a la audiencia como sea.

¿Puede educar la televisión?

La televisión no tiene efecto educativo alguno, porque no contiene valores profundos. La educación es un proceso muy lento que debe acompañar el desarrollo integral de la persona. El que educa conoce al que está educando, sabe lo que necesita para su desarrollo individual, pero la televisión, como medio de comunicación de masas, no puede educar a los individuos, a las personas. La educación, además, hace desarrollar la capacidad de imaginar y la creación mental, y la televisión no, porque el bombardeo constante de miles de imágenes hace que el telespectador adulto pierda la capacidad de imaginar y de crear, y en el niño, que no llegue a desarrollar estas cualidades propiamente humanas.

La televisión no tiene poder educativo, pero sí el poder de crear tendencias y modas, de fabricar modos de pensar, de vestir, de actuar, de comportarse, de hablar. La gente está condicionada por lo que ve y oye en televisión. Por eso, muchas veces se esgrime el argumento de la televisión como portadora de verdades, con frases como «Lo he visto en televisión» o «Lo dijeron en la televisión». Y se quedan tranquilos.

Para los que manejan este mundo, no son importantes las personas, no es importante la calidad del contenido de los canales, no les importa que niños y jóvenes tomen referencias televisivas de la realidad. Los niños, de tanto verla a cualquier hora, ya no tienen valores, confunden la realidad, se llenan de deseos y de frustraciones porque no los pueden satisfacer, y se vuelven caprichosos, creen que las cosas no tienen un valor. Los adolescentes y jóvenes pierden la ilusión de vivir porque sienten que todo puede ser profanado. Los adultos se vuelcan al consumo descontrolado, comprando cosas que no se necesitan, pero que las anuncian en televisión. Los ancianos se sienten solos, y esa soledad la compensan viendo la televisión. Una de las cosas que no se dice en televisión es que verla favorece el alzheimer, por la inactividad mental.

A los que manejan el mundo de la televisión no les importa que niños y jóvenes adquieran comportamientos violentos, porque no tienen más modelos que asesinos, ladrones y violadores. En televisión, en tan solo una semana, a través de todas las cadenas españolas se ven alrededor de 1000 homicidios, 800 violaciones y maltratos, 110.000 robos con violencia e intimidación...
Estos son datos alarmantes, y los que hacen telebasura y los que la difunden dicen que siguen la ley del mercado, lo que se demanda. Por eso los sociólogos buscan responsables de la telebasura, y se preguntan si son los que la hacen y la difunden o si son los que la consumen.

¿Hay responsables de la telebasura?

La televisión hoy es un negocio, y como todo negocio tiene que vender, y si la gente no consume o cambian de producto, o cierran. No se pueden permitir pérdidas económicas. La televisión hoy no es un servicio público que aporte algo interesante humanamente hablando, sino que es un negocio lucrativo.

En realidad, la responsabilidad la tiene cada individuo, porque mientras se buscan culpables de la telebasura no estamos mirando al individuo, sino a entidades anónimas, donde nunca vamos a encontrar la solución del problema, porque todo el mundo se lava las manos buscando responsables en otro sitio, menos en él mismo.

Este es un tema difícil y muy interesante a la vez, pero siempre es bueno recurrir a la conciencia de cada individuo, a lo que cada uno puede hacer, y no esperar a lo que puedan hacer los demás.
Nosotros, como individuos, podemos elegir no ver telebasura, nosotros podemos elegir no ver programas donde se muestren las miserias humanas, donde se denigren los valores humanos, donde se favorezcan la mediocridad y la vulgaridad. Nosotros podemos elegir.

Bibliografía
Mírame tonto, las mentiras impunes de la televisión. Mariola Cubells. Robinbook, 2003.
Televisión, fábrica de mentira. Dolores Rico. Espasa, 1993.
El buen telespectador. Espasa, 1994.
El hombre telespectador.
Los peligros de la televisión.