A los indios norteamericanos de las praderas, no les conocemos porque construyeran una civilización muy elaborada; sin embargo, poseían unos conocimientos profundos de la vida, de la naturaleza y de los seres. Su sabiduría se transmitía de forma oral, en torno a una fogata o dentro de
un tipi y entre ellos había expertos contadores de cuentos.
En esos cuentos, los animales y los vegetales, que son seres sintientes y tienen la capacidad del habla, se comunican con los hombres, les cuentan cómo nació el mundo o los seres de este planeta.
Todos los relatos guardan una enseñanza que el indio captaba e integraba en su vida cotidiana de manera natural. Reunirse para contarlos era una escuela de formación para los jóvenes, ejercicio de transmisión para los ancianos y guía de comportamiento para los adultos. Escuela de la que podemos aprender.